Por Víctor Pintos © www.rock.com.ar
El periodista bonaerense Víctor Pintos se dio una vuelta por Rosario y escribió sus impresiones en el sitio que dirige: Rock.com.ar
Rosario es la ciudad del Che, del Negro Olmedo, de Roberto Fontanarrosa y del clásico Ñuls-Central. Y también del rock: de allí salieron Litto Nebbia, el de Los Gatos que están cumpliendo los 40, y Fito Páez. El asunto es que allí sigue habiendo mucha música. Buen rock. A conocerlo.
La lámpara votiva del Monumento a la Bandera, que un día fue encendida para que no se apagase jamás, está sin llama y dentro de un gigantesco cajón de madera, dormida. Las prometidas remodelaciones por el 50 aniversario que se avecina han cortado con la eternidad del fuego. Pero eso, en Rosario a nadie le parece símbolo de algo.
Lo que sí interesa, y mucho, y a todos, es cómo está hoy el Negro Fontanarrosa, ese diferente de estos tiempos, amado de verdad, que está mal, muy mal de salud. Esta Rosario que tiene, al fin, un homenaje visible y eterno de verdad al otro gran Negro, Alberto Olmedo -el monumento es un banco de plaza de metal donde está la estatua suya, él cruzado de piernas y cagándose de risa, muy gracioso- es la que encuentro en este otoño: cada vez más grande, más personal, más mañosa también, llena de contrastes. Pocho Lepratti y el diario La Capital.
Y entretanto, a pocos días de los 40 años exactos de la grabación de La Balsa por Los Gatos, aquella banda de rosarinos emigrados a Buenos Aires, el rock parece estar, aquí, tan vivo como siempre. Más acá y más allá de Fito Páez.
En el hotel recibo "Bailen giles", el nuevo disco de El regreso de Coelacanto, una banda casi mítica de acá, de una trayectoria extensa, madura, intensa. Es un buen disco, ecléctico, con algunas buenas canciones, aunque quizá con demasiados puntos de contactos con lo último publicado de Arbol. Esto no es casual: lo produjo Pablo Romero. Más allá de esto -una minucia, no más-, me pregunto cómo es que un grupo como éste no suena fuerte en todos lados. Fuera de Rosario, digo.
Al rato me llega "Caburoblus", el disco del veterano bluesman Caburo -su nombre empezó a sonar en la escena local en el 82-, de manos de su responsable. Pero como no estoy, me lo deja en la recepción. En la notita que deja, pone: "¡Enjoy!". Clarísimo. Este cantante tiene tanto blues en su garganta que parece un compendio de historia viva. Lo suyo es bien de acá, de Manal a Pappo, pasando por Vox Dei -por qué no- y por Días de Blues, con también tiene algo de Albert Collins, Stevie Ray Vaughan y Buddy Guy, con una inflexión vocal que remite directo a Javier Martínez, el mismísimo inventor del blues en español. Lo flojo de este material es que las letras no son buenas; dicho más claro: no están precisamente a la altura de aquellas monumentales de Manal, sino que se parecen más a las recientes de Martínez. No obstante, "Caburoblus" no tiene nada que envidiar a las buenas bandas de blues de hoy en el país, incluyendo las más reconocidas (no digo populares porque hoy el género parece estar hibernando, a la espera de la próxima primavera).
Luego me avisan de recepción que está Daniel Pérez. Bajo: es el cantante de Los Sucesores de la Bestia. Me da los dos últimos discos de la banda, "Promesas, mentiras y café" (2007) y "Fantástico Bailable" (2005), más un dvd con videoclips, me cuenta que la banda está activa, que tiene varios años de trabajo (su debut fue "Exotique", de 2001), nada muy fuera de lo común. Grato. Saludos, ok. Después de la cena, ya en la habitación, me espera alguna película en el cable o un disco, y elijo el último de Los Sucesores. ¡Acierto!. Esta gente, amigos, es una banda de primerísimo nivel, original y con mucho swing. Ciertamente cool, diría un oyente sin ganas de complicarse y tendría razón. ¿Qué hace? Música negra pero rosarina aunque sin localismos, espíritu funk, soul en español, con un groove afiatado, bailable, desafiante por momentos y sobre todo imprevisible. Mientras avanza el disco, me pregunto cómo serán los shows del grupo. "¡Buenísimo!", me dirá al otro día un buen conocedor del medio. Recomiendo el grupo a quienes tengan oídos sensibles. Qué cosa eso de tener otro país dentro del país, eh. Cuánta cosa se pierde Buenos Aires por mirarse tanto el ombligo.
En el taxi con que cruzo la ciudad a media mañana está sonando El aire es gratis de Radio Universidad, dicen cosas frescas y nada tontas. Bienvenido. Al parar en un semáforo, veo afiches anunciando un concierto de Bulldog. Es una de las bandas grandes de acá, ya está en la categoría "nacional". La otra, claro, es Cielo Razzo.
Más tarde en el hotel recibo un ejemplar de "Réquiem Rústico", el disco debut de Sikarios. Es la banda de la que, hace ya como dos años, me habló Pancho Matiozzi, el rosarino director del Pochormiga, documental que inspiró a León Gieco para su "El Angel de la bicicleta". Dejo que suene en el walkman: es un buen disco, es una buena banda. Después me cuentan que los Sikarios son devotos de Atahualpa Yupanqui y Peteco Carabajal, y que vienen de la vena Rage Against The Machine + Divididos. Eso se nota. Imagino que no va a pasar mucho tiempo para que lleguen tan alto (en Buenos Aires) como ha llegado Cielo Razzo. Tienen con qué.
También me llega "Picaseso", el nuevo disco de Vudú. La primera impresión es excelente: la edición del CD tiene una gráfica superior a muchísimas otras que uno ve por ahí, en este nuevo mundo de tantas ediciones, grandes y chicas, de sellos e independientes... Y la música dice mucho también. Dicho sin vueltas, Vudú es una banda de rock, rock duro, pura energía. Suena convencida. Para escuchar más a fondo, me digo. Me prometo hacerlo. Y en el mismo sobre viene "La ley de Entropía", un disco (¿experimento?) solista de Nahuel Antuña, el bajista de Vudú.
Me habían comentado una vez que existía este proyecto pero no mucho más. Es un disco firmado por Antuña con La Cofradía del Rock local -seguramente un guiño a aquella entrañable cofradía de la Flor Solar platense de fines de los 60-, que no es más que la reunión informal de medio centenar -sí- de músicos rosarinos de distinta procedencia: aquí tocan y cantan integrantes de Cielo Razzo, Vudú, Los Sucesores de la Bestia, El Regreso del Coelacanto, Los Vándalos, Caburoblús, Degradé, Pablo El Enterrador -este dato me recuerda a Lalo de los Santos, viejo amigo-, Bonzo Blues Band, El Vagón, Madera Oxidada, Dios Salve a la Reina, más Fabián Gallardo, entre otros.
Eso ya es, de por sí, importante, pero no es todo, porque el disco suma los aportes y los exhibe en un puñado de temas que recorren libremente diversos formatos y rítmicas, del rock al blues, pasando por el folk, el jazzy, el folklore, más algunos tramos inclasificables -los instrumentales- de corte experimental. Oootro disco para escuchar más detenidamente.
En el final de la tarde, una sorpresa no rockera. Hablo de Gato a la naranja, un quinteto ciertamente original que integran Martín Coggiola, guitarrista y compositor, y su mujer Liliana Badariotti, bajista, y los tres hijos de la pareja, pequeños todos, que tocan acordeón, violín y bandoneón. Martín y Liliana me dejan "Cisne", un disco con canciones propias, y luego me pasan a buscar para que los vea en acción en un concierto mínimo, de características solidarias, en un geriátrico (...) donde hay una fiesta para los abuelos que viven allí.
En la ocasión, imaginen qué bizarro todo y qué hermoso también, el quinteto se manda con tangos: Piazzolla y Pugliese. Todo medio improvisado, con un sonido demasiado básico, pero muy emocionante. Un quinteto familiar, un proyecto delirante, una bandoneonista de 12 años. Valió la pena ir a los piques hasta ese hogar de ancianos en la otra punta de la ciudad.
Y sigue la vida. En uno de los bares de la Terminal veo unos músicos de Buenos Aires desayunando, están pegando la vuelta. Reconozco a uno, es el gran maestro Ricardo Lew. Más allá, en un kiosco, dos señores con canas discuten y sonríen: así es. En Rosario todavía se habla del último clásico. Los leprosos están agrandadísimos, qué cosa.
Saturday, October 27, 2007
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